Porqué es Súper Adán
Raymundo Riva Palacio/Tomado de El Financiero
No hay forma política posible que la presidenta Claudia Sheinbaum pueda hacer a un lado al senador Adán Augusto López Hernández. Ni siquiera ha tenido la fuerza para que escuche su petición de controlar al senador Gerardo Fernández Noroña...
para que sus ridiculeces no sigan afectando al régimen. El poder de López Hernández sobre la presidenta radica en que el pilar que lo sostiene es Andrés Manuel López Obrador. Y hay razones muy sólidas: López Hernández financió la carrera beligerante, provocadora y antisistema de López Obrador, que lo puso en la ruta de la cima del poder. Eso no puede olvidarse.
Difícilmente habría llegado a la presidencia, o trascendido a la política nacional, como comenzó a figurar a finales de los 90 como líder del PRD, de no haber sido respaldado económicamente por López Hernández en momentos cruciales, lo que le permitió instrumentar las estrategias que copió del líder social más importante en la historia de Tabasco, Eulogio Méndez Pérez, fundador del Pacto Ribereño, quien comenzó la industria de la reclamación que tantos frutos le dio al expresidente.
Sin él detrás, con la chequera, López Obrador se hubiera desvanecido en la política local, que en aquellos años era su máxima aspiración. López Obrador se había caído al pelearse con el gobernador Enrique González Pedrero, quien lo había nombrado coordinador de las zonas petroleras en la costa de Tabasco, donde los ejidatarios se quejaban de la contaminación de Pemex a sus tierras.
López Obrador, quien entonces dirigía el PRI estatal, chocó con los presidentes municipales de la región por las presiones para que transfirieran recursos a los “comités comunitarios” que estaba creando, lo que propició el encontronazo con González Pedrero, un hombre de izquierda, que le reclamó: “Andrés, Tabasco no es Cuba”. Lo movió de puesto y lo hizo oficial mayor, pero nunca tomó posesión y se fue a la Ciudad de México a trabajar en el gobierno.
Mientras López Obrador buscaba apoyo para que lo hicieran candidato del PRI en su natal Macuspana, tras las turbulencias en el gobierno de Salvador Neme Castillo ocasionadas por la sucesión, Manuel Gurría Ordóñez asumió como gobernador interino, y tuvo que atender la recomendación 100/1992 de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, sobre la indemnización a los ejidatarios de ocho municipios petroleros de Tabasco afectados por Pemex. El organismo responsable de pagar era la Comisión Interinstitucional para la Atención Respectiva (CIAR), a través de la secretaría técnica que encabezaba la Subsecretaría de Gobierno, cuyo titular era López Hernández. La recomendación de la CNDH mencionaba que de los 11 mil millones de pesos que destinó el gobierno en 1984 para indemnizaciones, no les habían entregado ni 10%.
López Hernández fue designado para reparar las fallas, que los ejidatarios señalaban como corrupción, y reorganizar la distribución de los recursos, que era prácticamente dinero a la palabra. Este proceso se dio a mediados de los 90, cuando, recuerdan amigos de juventud, el estilo de vida de López Hernández se modificó significativamente. Compró una casa en una zona de clase media alta, luego de haber vivido todos sus años en una zona de menores ingresos, adquirió automóviles llamativos, hacía viajes y se hizo de una notaría, la 23, independiente de la 13 que logró su padre, Payambé López, el notario que certificó al PRD estatal cuando lo fundó López Obrador, que para entonces ya había regresado a Tabasco.
A principios de los 90, López Obrador había integrado un expediente negro sobre López Hernández –en cuya casa vivió años antes–, reveló Armando Guzmán, corresponsal de Proceso y director del diario digital @reporterosdelsur, en el libro Tabasco, política, petróleo y negocios, donde lo señalaban como socio del empresario Carlos Cabal Peniche, quien estuvo en la cárcel por un desfalco de seis mil millones de pesos a su propio banco, Cremi-Unión. También, de haber operado “turbias ventas” de propiedades del gobierno y rematar bienes del estado para favorecer a Cabal Peniche.
En una de las entrevistas que realizó Guzmán para el libro, el exlíder del PRD en Tabasco, Auldárico Hernández, dijo que la fortuna de López Hernández se había originado desde la Subsecretaría de Gobierno. En los expedientes negros se señalaba que se había quedado con “millones” de pesos de los que repartió la CIAR a los ejidatarios, que tenía un presupuesto de casi tres mil millones de pesos. “A un año de asumir la gubernatura en sustitución de Salvador Neme Castillo, en enero de 1992”, recuerda Guzmán, “ya se documentaba la escandalosa corrupción y tráfico de influencias en el gobierno de Gurría Ordóñez, operada desde la Subsecretaría de Gobierno que ocupaba Adán Augusto López Hernández”.
López Obrador, sin embargo, se olvidó del expediente negro de López Hernández. Durante su paso por la CIAR, el senador, recuerdan sus amigos en Tabasco, se volvió rico, pero también comenzó a financiar las movilizaciones de López Obrador en la región petrolera de La Chontalpa, y salieron los recursos para comprar la finca “La Chingada” en Palenque, en la frontera de Chiapas con Tabasco, que el expresidente ha dicho le fue heredada por sus padres.
De acuerdo con las personas que conocen la trayectoria de López Hernández y su relación con López Obrador, la transferencia de recursos por debajo de la mesa al entonces líder social y presidente del PRD estatal, le permitió financiar el bloqueo de 51 pozos petroleros en Tabasco en 1996 –cuando el senador había dejado de ser funcionario–, que sería el momento más crítico de su carrera y definitorio para su futuro, porque significó su salida de Tabasco, negociada políticamente con el presidente Ernesto Zedillo, a cambio de que no fuera a la cárcel por los daños causados a la nación. Ahí comenzó a subir la escalera hacia Palacio Nacional.
Cuánto dinero transfirió López Hernández a López Obrador en los 90, nadie puede calcularlo, pero inyectó combustible a su movimiento, cuya fuerza fue modificando sus objetivos. Por cuanto al senador, sus viejos amigos siguen recordando hoy una frase del discurso de Neme Castillo en la campaña para gobernador en 1988: “En Tabasco nos conocemos por nuestros nombres y nuestros apodos. En Tabasco no podemos esconder ni una gran fortuna ni una discreta pobreza, como tampoco la forma en la que arribamos cada uno a esas situaciones”.

