Echar tijera
**Y en el cafecito
**Tiempo perdido...
EMBARCADERO: Desde luego, la convivencia en el café tomando un lecherito y con canilla significa un festín... Incluso, un privilegio pasar las horas con alguien de la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los vecinos... Vaya, hay quienes cada día suelen dedicar unas dos, tres, cuatro horas al café en el restaurante... Todavía más indicativo: hay quienes suelen ir al café en la mañana, al mediodía y en la tarde... El hábito y la costumbre del café ha ocupado, incluso, a la secretaría de Desarrollo
Agropecuario incitando con campañitas a consumir café…
ROMPEOLAS: En unos cafés, uno que otro mesero obsequia una especie de decálogo sobre el café enalteciendo las bondades nutritivas y neurológicas de su consumo… En el café, por ejemplo, el más alto ejercicio del deporte preferido por la mayoría poblacional como es el deporte de la especulación… El gran arte de “echar tijera” a los demás, por lo general, los ausentes… Y, claro, hablar mal de todos ellos… Digamos, la intriga y la cizaña en su más alto decibel…
ARRECIFES: Por eso, en unos cafés los grupos selectos tiene reservada una mesa… Los abogados, los médicos, los ingenieros, los reporteros, los contadores, “los pájaros de altos vuelos”, las señoras solas, divorciadas y viudas… Y en cada mesa construyendo y reconstruyendo el mundo en el día con día y de tarde en tarde… Un sorbo de café y una intriga más… Otras personas, de plano, convierten el café en “la oficina”… “Nos vemos en la oficina” se dicen unos a otros… Y las partes conscientes de que la oficina es el restaurante preferido… Y, claro, en la mesa de siempre y con el mismo mesero…
ESCOLLERAS: Con todo y como aseguraba Hillary Clinton cuando despachaba como secretaria de Estado con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama… “Tanto tiempo perdido en cosas innecesarias”… Por ejemplo, en Veracruz, un millón de indígenas y dos millones de campesinos y tres millones de obreros, nunca, jamás (y en el mayor de los casos) se paran en el café… De entrada, la mayoría carece del dinerito suficiente para pagar los cincuenta, sesenta pesitos de un cafecito… Y segundo, están ultra contra súper ocupados con la despensa, el itacate y la torta en la casa y todos los días… Más, mucho más, para los niños y los padres ancianos…
PLAZOLETA: Si alguien por ahí deseara valdría la pena preguntarse y repreguntarse el beneficio obtenido después de tantos meses y años yendo al café con los amigos, por ejemplo… Y más allá del cotorreo, el despapaye y hasta la pérdida de tiempo, mucho se duda si la calidad de vida haya sido mejorada gracias a la puntual asistencia al café… De entrada, diría el vejete del barrio, más, mucho más se gana, por ejemplo, quedando en casa leyendo un libro… Digamos, una novela, un cuento, historias, poemas… Pero, bueno, “la vida es así y qué le vamos a hacer”…
PALMERAS: Antes, mucho antes (todavía hoy, claro), los intelectuales, escritores, periodistas, anexos y conexos, solían tener un café para estar, ser y trascender en la milonga… Famosos, por ejemplos, los cafés en París a la orilla del río Sena… Famoso aquel café en la Zona Rosa en la Ciudad de México y en el siglo pasado donde cada tarde se reunían los escritores Carlos Monsiváis Aceves, Carlos Fuentes Macías, Luis Guillermo Piazza, el pintor José Luis Cuevas y el actor Enrique Rocha, para arreglar el mundo que andaba “de cuatro patas”… Y ni hablar, suerte, mucha suerte a los cafetómanos… (lv)