El gran Presidente Honesto
I (Reconocido en el mundo)
El presidente de una república reconocido como el político más honesto del mundo y en el mundo está enfermo.
Fue jefe del Poder Ejecutivo federal en Uruguay de los años 2010 a 2015.
Entonces, la mitad del mundo político y la otra mitad estaban seguros, ciertos, de que José Mujica era el símbolo internacional de la honestidad en el difícil y proceloso mar de la política.
Presidente, rechazó la guardia pretoriana.
Ni escoltas ni ayudantes. Vaya, ni siquiera choferes.
Era dueño de un modesto y sencillo volchito y que solía manejar de su casa, ubicada en las goteras de Uruguay, a Palacio Nacional.
El mismo manejando el cochecito, solía “dar un aventón” a las personas en el camino que encontrara.
En su casa tenía un sencillo jardín y él mismo sembraba las flores y regaba y cuidaba.
Tenía, además, unas gallinitas y él era el encargado de los pollitos.
Un jeque árabe quiso comprarle el automóvil y pagado en euros y/o dólares.
Pero José Mujica le ofreció las gracias y rechazó la oferta.
Durante unos quince a veinte años estuvo preso en Uruguay porque fue guerrillero.
Y en la cárcel también su esposa, la exsenadora Lucía Topolansky, otra guerrillera.
Mujica y su esposa siempre han vivido con la medianía del salario y en la austeridad.
Nada de lujos.
Nada de mansiones.
Nada de BMW.
Nada de opulencias.
Nada de coleccionar terrenos, departamentos, casas, mansiones, coches, cuentas bancarias, rancho, ganado.
Nada tampoco de “ordeñar la vaca ni meter la mano al cajón” como presidente de Uruguay.
Y, claro, nada de permitir abusos y excesos del poder del gabinete legal y ampliado de su mandato.
La integridad de la pareja como la virtud número uno, eje de vida, norma de conducta.
Entonces, enfermo, José Mujica aceptó la invitación de su esposa a un acto partidista con el Movimiento de Participación Popular y le dieron el micrófono.
Dijo: “Estoy peleando con la muerte.
No al odio.
No a la confrontación.
Hasta siempre.
Les doy mi corazón”.
Parco.
Categórico.
Sencillo.
Modesto.
Luego, remató del siguiente modo: “Soy un anciano que está cerca de emprender la retirada de donde no se vuelve.
Pero soy feliz porque están ustedes.
Hay que trabajar por la esperanza”.
II (Un cambio en el mundo…)
La esperanza para Mujica es que los jóvenes “van a vivir un cambio en el mundo que no ha conocido la humanidad”.
“La inteligencia va a ser tan importante como el capital, lo que significa que la formación terciaria se va a imponer.
Por eso hay que pelear por el desarrollo, para tener los medios económicos que se puedan meter en la cabeza de los que vengan”.
Digamos, una especie del llamado “socialismo con rostro humano”.
Pero, bueno, encima de las utopías y mejores deseos, indicativo y significativo es que antes y después, ningún otro político, otro presidente de la república, en América Latina y en el resto del mundo (cinco continentes con más de doscientas naciones) con tanta autoridad moral como Mujica.
Desde luego, está claro: ninguna golondrina anuncia el verano.
Pero en un mundo social tan desértico y con tantos “golpes de pecho” de las tribus políticas resulta alentadora una golondrina solitaria.
Mujica gobernó Uruguay. Y su periodo constitucional llegó a su fin.
Y el mundo otra vez desolado.
“Atrapado y sin salida” en el desierto moral.
Cuando menos, ni hablar, quedó la nostalgia.
Si los políticos y las elites políticas y los políticos encumbrados tuvieran voluntad férrea, inalterable, firme, el planeta sería diferente.
De entrada, con la igualdad económica, social, educativa, de salud, seguridad, procuración de justicia y desarrollo humano.
La utopía.
El mundo imaginado que nunca será… (lv)