Un hombre arruinado
**La amante, culpable
**Ella, muy ambiciosa
UNO. Un hombre arruinado
Esta es la breve historia de un hombre casado con una esposa y tres hijos y a quien la amante fogosa, posesiva, manipuladora y ambiciosa “dejó en la ruina”.
Y hasta lo despojó de la legítima herencia para la familia.
Entonces, derrotado, cierto, pero todavía respirando en el ring, bajó a las 366 (trescientos sesenta y seis) vírgenes y santos del cielo y solicitó perdón a la esposa y los hijos y juró y perjuró que haría todo, “hasta lo imposible”, para resarcirlos y recompensarlos.
DOS. Camino a E.U.
Así, prendió fuego a sus naves en Veracruz. Renunció a los quince años de antigüedad en la empresa. Vendió cositas y bienes por ahí y agarró camino a Estados Unidos.
Y partió con la euforia y la utopía encendida al paraíso terrenal que es considerado el país vecino por treinta y tres millones de mexicanos, la mayoría sin papeles, y de los cuales más de un millón son habitantes de Veracruz.
TRES. Puestos los guantes
En Estados Unidos, dice, aprendí muchos oficios. Y los aprendí porque en todos estuve laborando. Y siempre, con los guantes puestos para la enseñanza de los expertos.
Y allá fue y ha sido como reza la canción de José José “de todo y sin medida”.
Ranchero. Ordeñador de vacas. Jornalero en el campo. Jornalero en un restaurante. Mozo de unos paisanos. Chofer de un jefe agropecuario. Cortador de pistaches. Entrenador deportivo, pues aprendió y bien a jugar volibol. Etecé. Etecé.
Y de oficio en oficio fue llevando la vida. Primero, para comer y pagar el departamento donde vivía con tres paisanos.
Y segundo, para depositar cada mes el dinerito en dólares para la despensa en la casa y para las necesidades de la esposa y los hijos.
Y tercero, para comprar un terrenito y construir una casa para la familia.
CUATRO. Parte de su familia, a E.U.
Durante veinte años trabajó hasta los fines de año y la navidad y el nuevo año en el otro lado.
Sin probar alcohol. Ni fumar. Menos, droga. Sin una amante pues con aquella había tenido suficiente.
Incluso, cuando estaba a la mitad del río en Estados Unidos, con los vientos soplando a su favor, se llevó a su hijo de veinte años para trabajar a su lado.
Luego, se llevó a un sobrino, hijo de una hermana.
Y sus relaciones eran (y son) tan buenas que luego luego acomodó al par de familiares.
CINCO. El gran milagro
Lo más importante, dice, es el milagro de que mi esposa me perdonara. Y mis hijos. Y mis hermanos.
Y de aquella amante, como canturrea la canción, “usted, señora, dice que fuimos amantes/ perdón no la quisiera lastimar/ pero yo no la recuerdo”.
Es más, desde entonces ha eludido tener una amante cotidiana por miedo, temor, pánico, a toparse con otra mujer ambiciosa, posesiva y manipuladora.
“¡Dios me ha librado! confiesa. Y se persigna.
SEIS. Vivir con tranquilidad
Muchos años después, unos treinta, regresó al pueblo en Veracruz. Allá dejó al hijo y al sobrino con buenos patrones.
Volvió aquí porque está enfermo de la diabetes. Y el médico le ha inundado las neuronas y el corazón de miedo a un desaguisado.
Entre otras cositas, procurar siempre, siempre, siempre, la alimentación.
Y en EU, él mismo aprendió a cocinar y se guisaba. Y también guisaba para el hijo y el sobrino pues vivían juntos.
Entonces, con la casita que construyeron y dinerito ahorrado y los dólares que el hijo le envía con regularidad el padre y la madre tienen suficiente para vivir tranquilos. (lv)