Profes simbólicos
**Dejaron huella
**Ellos trascendieron
UNO. Maestros ejemplares
Tres profesores guiaron la vida y la formación académica en la antigua facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana, hoy de Comunicación.
A, Jesús González Barrandey, quien enseñaba Tipografía.
B, Francisco Gutiérrez González, quien impartía la materia de la Crónica Literaria.
Y, C, don Alfonso Valencia Ríos, quien enseñaba a escribir la nota informativa, el punto de inicio del periodismo en todas las latitudes geográficas.
El resto de maestros contribuyeron, cierto, a una formación cultural.
DOS. El Quijote del salón de clases
Barrandey era alto y más que delgado, flaco, flaco. En el pasillo lo llamaban “El Quijote”, aun cuando nunca le pudieron encontrar un Sancho, algún profe parecido.
Sabía mucho, demasiado, sobre el diseño de un periódico. Y el diseño publicitario.
Más porque trabajaba en una imprenta donde imprimían periódicos y diseñaban anuncios.
Y el profe participaba con la misma intensidad en el par de operativos laborales.
Además, como pocos, era paciente, prudente y tolerante. Y si era necesario repetir la lección lo hacía con gusto y con otras palabras y con mucha, muchísima práctica.
Hasta donde se recuerda si se recuerda bien se fue con sus hijas, ya casadas, a vivir en Estados Unidos.
TRES. Contar historias
Francisco Gutiérrez González traía la formación como maestro de primaria. Luego, como uno de los primeros alumnos de la Facultad de Periodismo. Después, ascendido a profesor de la UV.
Trabajaba en el periódico El Dictamen y diseñaba páginas.
Y en el salón de clases de la UV enseñaba la materia de la Crónica, el género periodístico donde se jugaban el rigor informativo y la pulcritud literaria.
Y todos los días encargaba historias que cada alumno hubiera vivido o escuchado de los demás y en cada caso sugería mejores técnicas y estrategias para contar el relato.
CUATRO. Don Alfonso, la leyenda
Don Alfonso Valencia Ríos era una leyenda. Lo fue siempre. Jefe de Información de El Dictamen, la mayor parte de su vida iniciaba la tarea reporteril a las siete de la mañana y daba el último teclazo hacia las diez de la noche.
Y sin treguas ni coyotitos después de comer.
Su materia era Redacción. Y era insólita la paciencia con que enseñaba las famosas preguntas básicas del periodismo concurridas en todos los hechos ocurridos e imaginarios como son el qué, el quién, el cuándo, el cómo, el dónde, el por qué y el para qué.
Y siempre enseñando a mirar lejos. Más allá del hecho concreto, específico, simple y sencillo.
CINCO. La mejor escuela de Periodismo
El trío era decisivo en la formación del reportero nato.
Pero ellos lo afirmaban y estaban conscientes: la mejor escuela de periodismo está, primero, en la calle gastándose los zapatos atrás del hecho noticioso.
Y, segundo, en la sala de redacción desgastando la columna vertebral ante la computadora (entonces, la máquina mecánica de escribir) tecleando las informaciones reporteadas por cada uno.
Además, la permanencia en la tarde/noche en la sala de redacción para vibrar con cada acontecimiento singular.
Noches cuando “al cuarto para las doce” ha de cambiarse el diseño de la portada porque otras noticias impactantes han sucedido.
SEIS. Primeras letras del periodismo
Existieron compañeros que desde el primer año de la facultad se metieron a un periódico a chambear.
Entonces, y dado el oficio tan absorbente, apenas, apenitas, asistían a las clases del trío de maestros anteriores pues eran las únicas que les importaban para aprender las primeras letras del periodismo.
Y si las otras se las llevaban a examen extraordinario por inasistencias, ni modo, “París bien valía una misa”.
El trío magisterial tiene un nicho en el altar de las neuronas, el corazón y la gratitud. (lv)