De hecho y derecho como en Europa, donde la población suele leer a toda hora.
En el autobús. En el tren. En la fila para comprar pan y tortilla. En la lista de espera para entrar al cine y al teatro.
Incluso, donde las parejas leen antes y después de hacer el amor.
Más o menos, digamos, como en México, donde el índice de lectura apenas, apenitas, apenititas, es de un libro por año.
Y el libro, caray, de autoayuda.
El más vendido: ¿Cómo hacerse millonario antes de que el gallo cante tres veces?
Y otro, el último exitazo en las librerías, “Adiós a la migraña, método infalible”.
En contraparte, la República de las Letras que el obradorismo soñó instaurar en menos de un sexenio.
El alarde del góber salsero, danzonero y huapanguero (¿cuántos libros leerá al mes?) de que en Veracruz somos campeones nacionales en lectura gracias (ajá) a la secretaría de Cultura.
Ta’gueno, con todo y que como reza el refrán, “de lengua… me poco un taco”.
Pero, bueno, y más allá de “la cruda realidad”, por algo se comienza.
El Maratón de Lectura lleva varias ediciones.
Y ninguna duda de que en el colectivo “Café Literario” sus miembros honrarán el objetivo, gran hazaña además.
Pero de allí a que el millón de indígenas…
Y los dos millones de campesinos…
Y los tres millones de obreros del Estado jarocho…
Más parte indicativa y significativa de la clase media, lea… “está en chino”.
Mucho se duda.
Más, en un Veracruz con 550 (quinientos cincuenta mil) habitantes que no saben leer ni escribir.
Analfabetas en el Veracruz de Enrique Rébsamen, Enrique Laubscher, Carlos A. Carrillo y Rafael Delgado.
Sería interesante, por ejemplo, investigar cuántos libros por mes leen un profesor de escuela primaria y los políticos.
Es más: Una apuesta a que ni siquiera los profe de secundaria suelen leer los libros solicitados a los estudiantes, entre otros, Pedro Páramo de Juan Rulfo, Aura de Carlos Fuentes, El viejo y el mar de Ernest Hemingway y El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez.

II (Amorosa paciencia de política educativa)

Un hecho queda claro: educar a un pueblo para convertirlo en un pueblo lector significa muchos, muchísimos años de amorosa paciencia de una política educativa eficaz y eficiente.
Los expertos están seguros, ciertos, de que la tarea inicia desde cuando el bebé es feto.
Entonces, la madre, el padre, los hermanos, leer al feto cada día y cada noche.
Y al mismo tiempo, si les parece, música.
Clásica, incluso.
Luego, cuando bebé dormirlo leyéndole historias infantiles.
Y aun cuando a primera vista en ningún momento conteste (y como es natural), el feto y el bebé se van educando.
Y, claro, de igual modo en la infancia y la adolescencia, casi casi como cuando se le lleva al parque deportivo para enseñarle un deporte.
Cierto, cierto, cierto, suelen darse excepciones como en toda la ley y habrá muchachos, jóvenes, personas maduras, ancianos que en su tiempo estelar empeñen la vida por la lectura.
Y bendito el Ser Superior.
Pero nunca, jamás, se aprende el hábito y el gozo de la lectura por decreto, digamos, de la República de lectores.
Con todo, bienvenido sea (una vez más) el Maratón de Lectura.
En el pueblo, Soledad de Doblado, una presidenta municipal clausuró por sus pistolas la Biblioteca construida a un lado del parque por un antecesor y la arrumbó por ahí en una vieja casona en colonia popular.
Es más, cuando otro alcalde convirtiera un cubículo del palacio en la primera biblioteca, el sucesor la cerró.