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Miércoles 10 julio, 2024

Rezar… antes de suicidarse

I (Moda en Veracruz)

En Veracruz, nueva moda (parece) para suicidarse. Antes de quitarse la vida, ponerse a rezar.
Y en la madrugada. Por ejemplo, hacia las tres, cuatro, de la mañana cuando el sueño es más intenso.
Antes, mucho antes, el hábito de escribir una cartita exponiendo las razones de peso y con peso para decir adiós a propios y extraños como dice el viejito del barrio.

Luis Velázquez

Ahora, rezar.
De entrada, quizá, quizá, quizá, solicitar el perdón del Ser Superior.
Segundo, pedir que por ningún concepto lo castigue enviando al rincón más arrinconado del infierno.
En todo caso, al purgatorio para tener la fe y la esperanza de salir purificado.
Tercero, solicitar al Ser Superior intervenga ante la familia como si fuera una sesión espiritista para el perdón correspondiente.
Y quizá el avisito parroquial a un amigo “a prueba de bomba”.
La moda fue trascendida (quizás antes practicada con bajo perfil, sin reaity-show mediático) el lunes ocho de julio en Álamo Temapache.
El señor Félix Cruz Hernández, de noventa años, fue visto en la sala de su casa hacia las cuatro de la mañana en el poblado de Zapotitlán.
Estaba hincado, con las manos empalmadas, rezando.
La nuera, Celia, lo miró, pero sin mayor preocupación.
Don Félix padecía del corazón.
Luego, la nuera se retiró de la sala y el suegro se amarró una cuerda de color azul al cuello y colgó de una viga en el corredor de la casa.
Había rezado el rosario completo, porque en el suelo dejó el rosario con una estampita de Jesucristo a un lado.
La autoridad y la familia en ascuas para intuir, descifrar, cavilar sobre las razones del suicidio.
¡Vaya valor de don Félix pues está probado y comprobado que únicamente se suicida la gente firme y decidida…, pues no cualquiera!
Con todo, el anciano suicida deja enseñanza de vida:
Ante de quitarse la vida… rezar.
Y en la madrugada cuando la familia descansa y duerme.
Y rezar en la sala.
Y en donde ya se le tenga echado el ojo a una viga para colgarse.

II (Minutos antes de morir…)

Duras y rudas serán las últimas horas, minutos, segundos, de una persona antes de suicidarse.
En el caso del señor Félix, de Álamo, se ignora si a los noventa años de edad era depresivo, la enfermedad que llevara a los escritores, Wiliam Styron y Ernest Hemingway, a quitarse la vida.
Se ignora si además del corazón, don Félix padecía otros males. Quizá peores.
Y/o en todo caso, si a los noventa años de edad sentía que cargaba el mundo, más que en la espalda, en las neuronas y el corazón y hasta el hígado.
Pero indicativo y significativo que en ningún momento perdió la fe y la esperanza en su religiosidad.
Y se puso a rezar, digamos, como la última decisión estelar de su vida, nueve décadas después de trajinar días y noches.
En el fondo, la emoción social perdida para estar, ser y trascender.
Y cuando en términos generales, ya se ha dado todo en la vida familiar y laboral y colectiva.
Sin ganas ya de seguir empujando la carreta a un destino aunque la carreta esté destartalada y con llantas gastadas, sin la rayita.
Prueba relevante, su caso, de que la oración desempeña una gran función sicológica.
El papa Juan Pablo Segundo rezaba ocho horas diarias, hincado, en su capilla en el Vaticano.
En el pueblo, la Adoración Nocturna, integrada con un montón de hombres mayores de edad, pasaba la noche en vela y en tunos rezando al Santísimo.
En la franja de Gaza, Israel bombardea hospitales y guarderías y asilos con niños y ancianos rezando.
Pero, caray, las oraciones ningún resultado concreto y específico han tenido para que los israelitas desvíen el rafagueo a otras latitudes geográficas.
En los pueblos, las feligresas suelen integrar cadenas de oración, entre otras cositas y hechos, por la tranquilidad social y la paz universal.
En cada confesión en la iglesia y ante el sacerdote, el feligrés suele ser encomendado a rezar equis padres nuestros y avemarías por los pecados mortales y veniales cometidos.
Don Félix, de Álamo, diciendo adiós a la vida antes de ahorcarse con el rosario por delante.

III (Asunto de Estado)

A los ochenta, noventa años de edad, aprox., primero, se viven horas extras.
Y segundo, la mayor parte de los vientos soplan en contra.
Y tercero, una vida, por lo regular, condenada a la soledad.
Los hijos, los nietos, por ejemplo, en las tareas básicas.
Sin espacio ni tiempo para estar con las personas de la séptima, octava década de su casa.
Entonces, la soledad externa se transfigura en soledad interna.
Y se cargan par de soledades: la física y la sicológica.
Hay quienes mueren, incluso, con la cruz de la soledad a cuestas.
Más, mucho más, si la persona está lúcida y con reproches y remordimientos de la vida pasada.
Errores que suelen volverse eternos.
Por eso, la soledad es tan dura y ruda y canija y devastadora.
Cierto, cierto, cierto, hay soledad en la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez y la senectud.
Pero en la vejez resulta demoledora.
Una máquina bulldozer aniquilando la de por sí debilitada y frágil salud, más que física, emocional.
Albert Camus, Nobel de Literatura, lo resumía en cuatro palabras:
“¡Qué difícil es vivir!”.


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