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Diario de un reportero
Lunes 25 marzo, 2024

El peor día de mi vida

Adriana Velázquez Canales

Facultad de Comunicación
Universidad Cristóbal Colón


Era la mañana lluviosa del 21 de marzo, cuando en la carretera Xalapa-Veracruz, tras un accidente durante la lluvia, hizo patinar un carro en la curva haciendo que se volteara dando 5 vueltas hasta caer llantas arriba. Dos personas heridas fueron trasladadas a emergencias.
Empezó como un día de esos cuando no piensas que pasará algo, fue una mañana lluviosa cuando mi mamá, como de costumbre, me despertó para ir a la escuela.Me levanté, me bañé, logré hacer lo que pude con mi pelo, me puse mi uniforme, camisa polo azul con jeans ajustados oscuros que tanto odiaba, y salí de mi casa. Mi papá con sus ojos agotados nos estaba esperando en el carro a mi y a mi hermana. Después de un trayecto de 30 minutos viendo el boulevard por la ventana del carro, llegamos a la escuela, nos despedimos por medio de la palabra y salimos del carro. Había sido una mañana tranquila, todos habíamos...

estado sin problemas de que se nos hacía tarde o enojo del tráfico.

Todo estaba bien, todos estaban en hora y lugar donde debían estar. Mi papá en su entrenamiento, mi mamá en su trabajo y mi hermana y yo en la escuela.

Pasaron mis primeras 5 clases sin inconvenientes, con mis amigos en el salón. Cuando en el séptimo período mi papá envió un mensaje al grupo de familia diciendo: “Su tía pasará por ustedes, les llamará a la hora cuando esté esperándolas. Al rato nos vemos. Las amo mucho”. Se me hizo raro, mi tía nunca había pasado por nosotras y no era usual que mi papá nos escribiera “te amo” pero no pregunté la razón, simplemente lo acepté y puse “okay, yo también” Y seguí mi día.

A la hora de salida me encontré con mi hermana para salir juntas. Nos preguntábamos cuáles serían los planes, si seguirían normal de ir a clases de deporte en la tarde, si estaríamos con la familia o algo parecido.

Cuando nos encontramos con mi tía Carmen nos abrazó muy fuerte, nosotras a ella también.

De camino al carro un señor moreno, con ojos y cejas grandes, mejillas rojizas y un bigote que tapaba mitad de su cara, le habló a mi tía, le preguntó cómo estaba y que si quería comprar unas nieves. Ella dijo que si, compró tres de limón, y mientras el señor las preparaba ella nos platicaba de cómo su hijo, mi primo, siempre le compraba nieves de pequeño después de la escuela.

Sin prolongar más la conversación, fuimos al carro, arrancó y nos fuimos.

Llegamos a la casa de los abuelos, hace tiempo que no comíamos ahí, me preguntaba si me estaba olvidando de un cumpleaños y también qué habría de comer ya que recordaba que siempre había algo diferente.

Saludé a mi tita Bertita, me dio un abrazo muy fuerte y duradero mientras me decía cuánto me quería con una voz aguda que me preocupó, pero no dije nada al respecto. Después bajó mi Tito Luis,e hizo lo mismo. Los dos tenían la cara pálida y angustiada, con el ceño fruncido tratando de cubrirla con una sonrisa.

Nos saludamos y nos sentamos a comer, cada quien “en su lugar”, asignado inconsciente a lo largo de los años. Esperamos a mi primo que había llegado después. Acabamos de comer, limpiaron la mesa, y después de unas últimas risas se quedaron callados, serios.

Mi tía se levantó dudosa, dijo que estaban esperando a que comiéramos tranquilas para explicarnos que nuestros papás habían estado en un accidente en la mañana camino a Xalapa, dijo que todo estaba bien, pero que iríamos a verlos al hospital cuando nos acabáramos de lavar los dientes.

El ambiente se tensó, no salió ninguna lágrima de mis ojos, estaba confundida. Nos abrazaron. Dijeron que no había por qué llorar ya que todo estaba bien. Y tenían razón, pero el susto fue lo que ocasionó el nudo en mi garganta. Nos contuvimos.

Después, mi hermana y yo nos subimos a lavar los dientes.

En las escaleras hablamos, ninguna de nosotras sabía que habían ido a Xalapa, nos preguntamos qué pudieron haber querido hacer allá. Nos abrazamos, sentíamos lo mismo, y sacamos las lágrimas que temíamos iniciar enfrente de los demás. Entre nosotras no había nada que temer.

Acabamos de hacer lo que teníamos que hacer y bajamos, y con ello, nos fuimos al hospital.

Las dos seguíamos sin hablar con nuestros papás, los mensajes no llegaban, pero los veríamos pronto así que la única angustia era no saber a qué llegaríamos.

Llegamos al hospital y pedimos que nos dijeran a cuál habitación ir.

Al abrir el ascensor mi respiración se prolongó y me puse ansiosa, mi hermana me agarró de la mano y salimos.

Al llegar a la habitación todo era silencioso, lo primero que vimos de frente fue a mi papá, sentado en un sillón verde con las manos tapándose la cara, noté que había estado llorando. Y a la izquierda mi mamá acostada inconsciente en una camilla con la intravenosa de su lado derecho.

Mi papá se levantó para abrazarnos y dio un respiro de alivio, significando que nuestra llegada le había dado paz. Intercambiamos palabras de afecto y recurrimos a ver a mi mamá todavía inconsciente, pero aún así nos abrazamos, estábamos juntos, estábamos completos.

Ella, mi mamá, tenía fracturado el cuello y no se podía mover por otras partes del cuerpo, como la espalda y las piernas, más que nada por su espalda.

Mi papá trató de minimizar su dolor explicando que solo tenía unos rasguños por el vidrio, pero lo vi bien, su camisa azul claro tenía manchas por doquier, y en el pantalón, su pierna derecha estaba manchada de sangre desde la rodilla hasta el tobillo. Los dos tenían golpes y estaban doloridos, pero solo uno podía ocultarlo.

Mi papá nos explicó que habían querido ir a Xalapa para renovar el pasaporte de mi mamá ya que nos iríamos pronto a Suiza por varios meses, pero que no llegaron, el accidente fue de ida y estaba lloviendo fuerte. En la curva el carro patinó y ocasionó que se volteara dando 5 vueltas laterales, haciendo que el techo los quisiese aplastar hasta caer de cabeza. El carro fue pérdida total.

Después de ver a mi mamá y de darse cuenta de la situación tuvo que desabrocharse y salir del carro, que después de respirar y contener las lágrimas, con un nudo en la garganta, se fue del lado del copiloto para sacar a mi mamá.

Ella estaba inconsciente, y su puerta lateral estaba atorada por los golpes, al no poderla abrir tuvo que romper la ventana trasera y arrastrarla por todo el interior del carro hasta acomodarla en el piso de la carretera para pedir ayuda.

Otro carro se paró para ayudar y llamaron a una ambulancia, así fue como llegaron al hospital de emergencias en Cardel y poco después fueron trasladados al Star Medica. Nos abrazamos y entre sollozos fuimos con mi mamá cuando despertó.

Les dijeron que en esa misma curva mucha gente ya había tenido accidentes y no muchos habían sobrevivido, que le diéramos gracias a Dios por estar juntos, por haber recibido ayuda y por estar bien.

Estuvimos un rato ahí, mientras llegaban más médicos con más noticias de su salud, todo estaba bien, sólo tenían que hacer chequeos para confirmar. Los doctores decidieron que era hora de dejarlos descansar y nos despedimos en pocas lágrimas, de felicidad más que nada. Al salir por la puerta volteé para que mente pudiera enfocarse en la realidad que acababa de vivir.

Al día siguiente no fuimos a la escuela, mi hermana y yo nos quedamos en casa de mi tía para que nuestro papá descansara y no se preocupara por algo más que su bienestar.

Esa noche no dormí, ¿cómo podría dormir sabiendo que mis papás no estaban en la habitación de al lado? ¿cómo lo haría sabiendo que estaban en un hospital?

Cuando me di cuenta la luz del día atravesaba por mi ventana y el sonido del teléfono hizo que dejara de viajar por mi mente.

A primera hora nos dijeron que darían de alta a mi mamá y podríamos volver a c


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