Dos. “El uso de recursos oficiales en la precampaña electoral para evitar una competencia democrática real”.
Tres. “Un gobierno que no cumple con dar servicios de salud. Y deja sin seguridad a la gente. Y es incapaz de generar empleos y empleos bien remunerados”.
Cuatro. “Un gobierno que no genera calidad de vida, infraestructura carretera, servicios públicos y desarrollo económico”.
Cinco. “Un gobierno lejos del sector productivo”.
Seis. “Un gobierno que nunca ha favorecido la grandeza y prosperidad en cada familia”.
Siete. “La hora, pues, de trabajar en Veracruz por el bienestar de la familia”.
El retrato hablado (y puntual) de Cuitláhuac de acuerdo con el precandidato del Frente Opositor a la gubernatura.
Tríada de partidos en conjunción: PRI, PAN y PRD.
Quizá al precandidato le faltó remover “el dedo en la llaga purulenta” de un Veracruz ensangrentado.
Primer lugar nacional en feminicidios… y lo que nunca, con setenta y ocho gobernadores, sucedió.
Primer lugar nacional en secuestros.
Y desaparecidos.
Y extorsiones.
Y fosas clandestinas, caray, el Estado jarocho convertido en el peor fosario del país.
Dos ejes transversales empalmados:
Uno, los días y noches huracanados y turbulentos con la incertidumbre y la zozobra y la inseguridad.
Y dos, el desempleo.
El jodido desempleo y que llega al subempleo con salarios miserables.
Cien por ciento miserables.
Habría de recordar, por ejemplo, que en el año 1986, el presidente Miguel de la Madrid Hurtado asestó el Dedazo por el capitán Fernando Gutiérrez Barrios para candidato priista a gobernador porque existía, con Agustín Acosta Lagunes, “un infierno llamado Veracruz”.
Vaya, la famosa y memorable y citable y bíblica “Sonora Matancera”.
Los narcos de hoy.
Cuarenta días y noches bastaron a Gutiérrez Barrios para tranquilizar y pacificar Veracruz encerrando en las cárceles a varios caciques regionales con sus pistoleros y sicarios.
Ahora, caray, AMLO, el presidente, omiso y occiso sobre el Veracruz ensangrentado creado y recreado y multiplicado por Cuitláhuac García.
La inseguridad y el desempleo constituyen el grandísimo y gravísimo pendiente social de los ocho millones sesenta mil habitantes.
Niños, adolescentes, jóvenes, gente en la edad madura y en la vejez, tanto mujeres como hombres, expuestos a la peor turbulencia de la historia estatal.
En cada uno de los doscientos municipios hay familias adoloridas y sufriendo y padeciendo la extensa y larga noche (incluido los días) que se padecen.
Y la población electoral…
Los ciudadanos de a pie…
Las ONG…
Los Colectivos, integrados con padres con hijos y parientes plagiados y desaparecidos…
Quizá asesinados…
Acaso enterrados en fosas clandestinas…
Y los académicos…
Todos, absolutamente todos los votantes y no votantes únicamente deseando conocer (y al detalle) la estrategia que cada aspirante a la gubernatura tiene para disminuir, acotar, desaparecer, controlar el tsunami de inseguridad.
Y de igual modo, conocer la estrategia concreta y específica, el plan diseñado, el programa económico y social para animar y reanimar la creación de fuentes de empleos en las regiones indígenas, campesinas, obreras, suburbanas y urbanas.
Por eso, el discurso electoral necesita ser puntual, concreto, específico, lacónico y macizo.
Nada de evasivas.
Nada de rodeos ni medias tintas.
Nada de hacerse “tontos ni guajes”.
Y es que a partir como premisa universal de que un jefe de familia…
Una familia…
Los hijos…
Tienen la garantía de un trabajo digno y pagado con justicia laboral…
Y la garantía de la seguridad en la vida y los bienes…
Pero más, mucho más, en la vida, pues los bienes van y vienen… si regresan como en el caso del paciente Job, el bíblico…, la calidad de vida de la población puede enaltecerse.
Entonces, únicamente entonces, está abierta (y amarrada) la posibilidad para vivir con dignidad.