En una fosa clandestina en la comunidad de El Castillo fueron hallados los cadáveres de una madre plagiada y desaparecida en Xalapa el 16 de agosto de este año.
Y a su lado, el cadáver de su hijo de tres años, también secuestrado, desaparecido y asesinado.
Y ambos, enterrados en una fosa, digamos, deseando los autores físicos e intelectuales borrar pistas.
De inmediato, “ni tardo ni perezoso”, el gobierno de Veracruz emitió dictamen universal:
Fueron los narcos, dijeron.
Ellos, la madre y el hijo, tenían amistades peligrosas.
Se entiende, digamos sin conceder, que la madre tuviera relaciones dañinas.
Pero, caray, matar al niño…
Además, con toda la saña y barbarie y alevosía, ventaja y premeditación.
La madre, Marilú Galicia Hernández, de 21 años.
El bebé, Jadiel David García Galicia, de tres años.
Un feminicidio más.
Y un infanticidio.
En la misma fosa clandestina fue hallados los cadáveres de otra mujer y par de hombres.
Beatriz García Hernández, de 34 años.
Otro feminicidio en un Veracruz con siete mil cuatrocientos desaparecidos y en el ranking nacional de feminicidios.
Y Emmanuel Rodríguez de la Rosa, de 33 años, y Jorge Hernández Tapia, de 49 años.
Es Veracruz.
Atrapado en días y noches huracanadas y torrenciales.
El tsunami de la violencia, la incertidumbre y la zozobra.
Y con toda la crueldad del mundo.
Por vez primera, de norte a sur y de este a oeste del Estado jarocho (¡Ay, “noche tibia y callada” de Agustín Lara!) el secuestro, desaparición, asesinato y sepultura en fosa clandestina de una madre con su hijo.
El dos de agosto fue cumpleaños del niño. Entonces, la madre posteó el siguiente mensaje en las redes sociales: “No importa cuántas veces te diga que te amo”.
Juntos fueron enterrados en fosa clandestina luego del doble asesinato.
Veracruz, ya se sabe, campeón nacional en fosas.
Nunca los ciudadanos de a pie (y motorizados) imaginaron que en Veracruz alcanzaríamos el mismo nivel fatídico de la América Latina del siglo pasado cuando era gobernada por militares.
Tiempo cuando los generales encaramados en el poder presidencial ordenaban a sus policías y escoltas detener a las personas incómodas…
Treparlas con vida a un helicóptero…
Y tirarlas al mar infectado de tiburones amarrados con una piedra para hundirlos en el fondo del océano mientras eran devorados por los animalitos peligrosos y desalmados.

II (Un góber ante la historia)
Estamos peor que cuando Javier Duarte (“Aquí no pasa nada”) era el gobernador.
Diecinueve trabajadores de la información asesinados y cercenados y sepultados en fosas clandestinas y decapitados y tirados los cadáveres en las ciudades y pueblos.
Peor que cuando Agustín Silvestre Acosta Lagunes ejercía el poder con su “Sonora Matancera” y cualquier pistolero mataba por cincuenta mil pesos.
Peor cuando el góber Jorge Cerdán Lara iniciara el asesinato de cuarenta mil ejidatarios defendiendo sus parcelitas ante los latifundistas con el cacique y gatillero, Manuel Parra, “La mano negra” al frente.
Peor cuando el dictador Porfirio Díaz Mori ordenó a su góber precioso, Luis Mier y Terán, asesinar a nueve jarochos insumisos ante su nueva reelección y por la espalda y con tiro de gracia.
Peor cuando Porfirio Díaz ordenó asesinar a trescientos obreros textiles de Río Blanco en huelga contra un empresario italiano y su góber Teodoro A. Dehesa guardó silencio.
Peor porque se entiende luego de tanto cacareo que ahora se gobierna ondeando la bandera de los derechos humanos.
El derecho a vivir sin sobresaltos, incertidumbre y zozobra.
El derecho legítimo a tener un empleo digno, pagado con justicia laboral y con las prestaciones de ley y estable.
Nunca los cinco mandatarios anteriores permitieron el secuestro, desaparición, asesinato y sepultura en fosa clandestina de una madre y su bebé de tres años.
Tres años, se insiste.
Tres años. Tres años. Tres años. Tres años…