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Escenarios
Jueves 21 septiembre, 2023

Nostalgia del amor

**Fue a los 14 años
**Y ella desapareció

UNO. Nostalgia del amor

La nostalgia del amor es así. Cartita de un octogenario a una señora más o menos de su misma edad:
“Señora G: Usted y yo nos conocimos cuando tendríamos unos catorce, 15 años de edad. Éramos vecinos en el pueblo.

Luis Velázquez

Recuerdo que el único diálogo entre nosotros, la única forma de hablarnos era la mirada. Simplemente, mirarnos. Sin un saludito. Sin una inclinación de cabeza. Sin una sonrisa.
Pero la mirada fue suficiente para que en aquellos años los dos creyéramos (pienso, supongo) que significábamos el primer deseo y el primer amor.

DOS. Un beso nunca se olvida…

Quizá mi timidez. Acaso la suya. Quizá la timidez de los dos. El caso es que un sábado en la tarde cuando usted y yo coincidimos en la banqueta de las casas donde vivíamos, de pronto, ¡zas!, nos quedamos mirado y nos dimos el primer beso, digamos, de nuestras vidas.
Fue, es, ha sido el beso más fascinante, memorable, citable, recordable, de mi vida.
Era, claro, el primer beso.
Y fue un beso tierno y delicioso que muchas décadas después jamás he olvidado.
Un beso ultra contra súper sabroso. Intenso y volcánico en el momento efímero de aquel encuentro.

TRES. Saborear un beso

Usted es afrodescendiente. Morena morena. Digamos, trigueña. Acaso, negrita.
Y alta y delgada era usted como la mayoría de sus paisanas. Rítmico bamboleo al caminar, casi casi como una potranca, una yegua fina trotando en el hipódromo. Caderas insolentes y maravillosas.
Y estoy seguro de aquel beso fue la sazón de su identidad. Muchos años después, nunca, jamás, un beso así.
Sabrosísimo, a tal grado que ahora cuando tengo ochenta años siempre lo recuerdo.

CUATRO. Éxodo familiar

Señora G:
Aquel encuentro fue el único en nuestras vidas.
Por alguna razón misteriosa que nunca pude saber ni conocer por más y más preguntas por ahí, al día siguiente usted y su familia desaparecieron del pueblo.
De seguro aquella madrugada agarraron camino.
La casa donde vivía y que era alquilada, cerrada. Y vacía.
A nadie, pues, le avisaron. Ni tampoco a las vecinas. Quizá al dueño de aquel patio de vecindad.
Incluso, ni siquiera en la escuela secundaria retiró usted sus papeles. Ni menos se dio de baja.

CINCO. Aparición apocalíptica

Ignoro su destino. Su vida. Si (de seguro) casó usted por ahí y tendrá hijos y nietos.
Incluso, si usted vivirá y estaría, digamos, bien de salud. Salud física. Salud mental.
Ochenta años cargando en las neuronas y el corazón. Y, claro, el hígado y el sexo.
Desde entonces, señora, nunca ha existido un día, una semana, un mes, sin pensar en usted.
El recuerdo más extraordinario de mis días y noches y años.
Y ojalá a usted le haya bien.
Y si es cierto como se afirma por ahí de que se escribe para librarse de los exorcismos ya veremos si estas letras y palabras me liberan de la nostalgia de su ausencia.
Más porque con aquel sencillo beso usted se metió hasta el tuétano de mi vida.

SEIS. “La beso con las letras”

Le doy las gracias. Gracias por hacerme soñar. Gracias por vivir con la esperanza de que en tantas décadas algún día por ahí pudiéramos habernos encontrado.
Una que otra vez volví al pueblo rastreando sus pasos. Pero usted ni su familia jamás volvieron.
Y sus papeles en la escuela secundaria ahí seguían. Intocables.
Y como escribiera aquel viejito, “ya que no la puedo besar con los labios la beso con la palabra”.


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