Los Infieles
**Vivir otra vida
**Nunca dañar a nadie
**Mucha discreción
DOMINGO
Infidelidad uno
Los dos son compañeros de trabajo. Los dos pasan y conviven el mayor número de horas en el día. Los dos inician labores a las 9 de la mañana y salen a las 2 de la tarde y regresan a las 4 P.M. hasta las 8 de la noche.
Los dos trabajan de lunes a viernes. Y el sábado, de 9 a 14 horas.
En las mañanas y en la tarde ella le lleva su cafecito negro, bien calientito, a su oficina. Y cuando se puede, hasta un pancito para remojarse y saborearse.
Entonces, como pasan juntos el mayor número de horas de cada día y en la oficina desempeñan tareas paralelas, cuando se dieron cuenta ya se atraían.
Los dos casados. Los dos en la plenitud de la vida con 35 años. Los dos, con par de hijos.
Y ni hablar, terminaron de amantes. Sin reproches de conciencia como dicen por ahí, pues el argumento de por medio firme, inalterable: “en el corazón no se manda”.
Luis Velázquez
Tampoco, claro, en el deseo.
Llevan tres años de relación amatoria. Y nadie en la oficina sospecha de la relación. Menos, claro, en casa. Se fijaron un objetivo: nunca hacer daño a nadie.
LUNES
Infidelidad dos
Se conocieron en el autobús urbano de pasajeros. Tomaban el mismo bus para llegar al trabajo.
En el viaje de cada mañana, un día sus miradas se toparon y encontraron. Y se miraron (y admiraron) en silencio.
Durante una semana, cuando coincidían únicamente seguían mirándose, digamos, como descubriéndose.
Siete días después el saludo era discreto. Apenas, apenitas, una ligera inclinación de cabeza. Como un saludito… prometedor.
A la quincena, el saludito se convirtió en la mitad de una sonrisa. Y, claro, seguían mirándose.
En un viaje en el autobús, el joven casado se acercó y le entregó un papelito con dos palabras: “Me impresionas”.
Y en la próxima esquina, frente a su trabajo, se bajó del carro. Y desde la banqueta le dijo adiós con otra discreta inclinación del rostro. Y la mitad de la sonrisa.
En el siguiente viaje, el recadito fue atrevido, jugándose, digamos, “el todo por el todo”.
“Quiero estar contigo” le escribió.
Y cuando desde la banqueta volvió a mirarla, ella le contestó con los labios.
“Yo también”.
Y sin más palabras, solo con el gran lenguaje silencioso de las miradas, los dos pasajeros del autobús terminaron en la intimidad.
Ninguna pregunta entre ambos sobre el pasado. Ni el presente. Ni el estado civil. Deseándose y aprendiendo a quererse con ganas intensas y volcánicas.
MARTES
Infidelidad tres
Son vecinos. Él, soltero. Ella, casada. El, 25 años. Ella, 35. Él, sin hijos regados. Ella, par de hijos.
Él, viviendo con sus padres y hermanos. Ella, con su pareja. Él, trabajando. Ella, ama de casa.
Él, con una novia. Ella, con diez años de matrimonio.
Todos los días suelen toparse en las horas venturosas. Y durante mucho tiempo sólo el saludo. Buenos días. Buenas tardes. Buenas noches.
De pronto, ¡zas!, ella tomó la iniciativa. Y le dijo que le gustaría una relación. Y que serían discretos. Y que nadie lo sabría.
Entonces, simplemente, lo invitó a salir el sábado en la tarde, hacia las 7 P.M.
--¿A dónde iremos?
--¡Ya verás, te gustará!
-¿Y tu marido?
--Mi marido es muy aburrido.
Y el sábado a las 7 en punto la esperó en la esquina. Y se fueron caminando al campo de béisbol en el pueblo, donde ni siquiera los burritos comían el pasto.
Y sobre las gradas del campo de béisbol hicieron el amor.
Desde entonces, es el motel de ellos. Y, claro, con frecuencia cambian de día de la cita para evitar sospechas por ahí.
MIÉRCOLES
Infidelidad cuatro
La señora V. estaba harta que a cada rato, el esposo llegaba en la madrugada, borracho y “oliendo a leña de otro hogar”.
Más los sábados y domingos. Un vecino lo expresaba de la siguiente manera: “Yo llego a casa en la madrugada. Pero él llega al mediodía del día siguiente”.
El colmo fue cuando una madrugada la señora V. despertó para ir al baño y la parte de la cama del marido estaba vacía.
Lo buscó en las otras dos recámaras por si estaba con los niños. Y nada. Lo buscó en la cocina por si había bajado a tomar agua. Y nada.
Entonces se asomó al patio y a lo lejos escuchó un gimoteo que parecía de mujer y donde dormía la trabajadora doméstica en un cuartito.
Y esperó y esperó hasta que el gemido se fue silenciando. Y minutos después, su marido salía. Y lo cachó.
Fastidiada, la señora V. se retiró a la recámara y cerró la puerta. Y pasó el resto de la noche cavilando.
Entonces tomó decisión categórica, lapidaria y maciza: Si su pareja era infiel y estaba harta, entonces, infidelidad con infidelidad se paga. Y decidió tener un amante.
El vecino más cercano.
Luego, y considerando que “la venganza es un plato que se come frío”, le pidió se largara de la casa.
También, claro, despidió a la asistente doméstica.
JUEVES
Infidelidad cinco
Ella, de 50 (cincuenta) años de edad, enviudó. El cáncer de próstata se llevó al marido, de 65 (sesenta y cinco) años. Sin pensión, sólo quedó volver a trabajar. De secretaria, como antes.
Y en la chambita conoció a un hombre de su edad, divorciado.
De pronto, platicando, los dos descubrieron su gusto por el danzón. Y con regularidad, el sábado en la noche van al zócalo jarocho para dar gusto al cuerpo moviéndose y bambolean con estilo.
Y el baile los acercó. Viuda y divorciado, sus caminos se empalmaron.
“Nuestras vidas empiezan hoy” se dijeron como proclama universal.
A veces, el hombre divorciado se ha topado con su expareja quien continúa sin pareja. Sola. Pendiente de los tres hijos.
Los amantes siempre sobreviven a los estragos del tiempo adverso y huracanado. Incluso, hay amantes eternos.
Es más, hasta rechazan casarse porque ser amante es más intenso, volcánico y hasta divertido.
VIERNES
Infidelidad seis
La Señora Uno, casada, confió a su amiga, la señora Dos, que tenía un amante. Y “me trae patas arribas”.
Más porque era la primera ocasión en su vida. Y tanto le platicaba a la amiga que la fue llenando de ilusiones, sueños y quimeras y llegó momento estelar cuando su curiosidad estaba picada.
La Señora Dos solicitaba a la Señora Uno contara los detalles de la relación amatoria cada vez que se reunían en el motel una vez a la semana.
Cada vez pedía más detalles. Como una plegaria descarrilada.
Y las confidencias se le volvieron una droga. Y de pronto la Señora Dos se sintió avasallada por el deseo y con el mismo amante de la Señora Uno.
Y simplemente, se dejó llevar por la pasión y terminaron (y siguen) de amantes.
El trío perfecto. Las revelaciones íntimas de una amiga a su amiga le despertaron el deseo latente.
Los tres son felices.