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Diario de un reportero
Sábado 28 enero, 2023

Una vida se está apagando

El general con Alzheimer
•Estelar decisión de médico
•Desde niña conoció el machismo


DOMINGO
Buena vibra



Las siguientes son algunas historias de voluntad y coraje social y buena vibra y mejor karma para seguir empujando la carreta, pateando la pelota y remando la canoa.
Por ejemplo, la historia de Flor. Florecita le llaman en el trabajo. Estudió para maestra y es profesora en un Bachillerato.
Pero como el salario es insuficiente para llevar el itacate y la torta a casa, y para sus hijos, entonces, trabaja de mesera en un restaurante.
De 8 de la mañana a tres de la tarde, en la escuela. Y de cuatro de la tarde a diez, once de la noche, según la clientela, en el café.
Hacia medianoche llega a casa y todavía llega a preparar el desayuno y la comida del día siguiente para los hijos.
Y siempre, con una sonrisa más grande que el cuadro “Las sandías” del pintor Diego Rivera.
De estatura bajita con unos ojos negros más grandes y con el pelo cortito y una sonrisa que abraza a todos.

Luis Velázquez

Es joven y una gran luchona. Es Testigo de Jehová y los sábados, día de descanso, se va con los hijos a predicar el Evangelio de casa en casa.
Quizá por ahí bien estuviera su fuerza espiritual, su karma cósmico.

LUNES
Decisión estelar de un médico

Durante unos veinte años el doctor R. R. fue médico en una institución hospitalaria y atendía su consultorio particular y todavía la tarde le alcanzaba para impartir clases en la facultad de Medicina.
Pero en el tiempo del obradorismo, poco a poco la medicina social se fue recrudeciendo con un giro de más de ciento ochenta grados.
Sobre todo, el desabasto de medicinas. Una locura. Recetaba y recetaba, igual que los colegas, tal o cual medicamento y el paciente iba a surtirse a la farmacia oficial y estaba reportada como inexistente.
Poco a poco, pian pianito, se fue hartando. Lleno de coraje y de indignación crónica. Más cuando desde “La mañanera” alardeaban que antes de fin del sexenio tendremos un servicio médico mejor que en Dinamarca.
Llegó un momento estelar cuando le daba pena recetar porque las medicinas que el enfermo necesitaba simplemente las debía comprar en la farmacia.
Y medicinas, además, y por desgracia, caras. Prohibitivas.
Entonces, renunció a las dos décadas de antigüedad.
Ahora, está en su consultorio en la mañana y en la tarde y desde hace un ratito impartiendo más horas de clase en la facultad de Medicina.
Y le está yendo de maravilla para arriba. Más, mucho más, clientela. Entre ellos, montón de pacientes que tenía en el hospital oficial.

MARTES
La reina de belleza

En las goteras del pueblo, casi casi en despoblado, en un terreno lleno de árboles, había “una casa que ardía de noche”.
Era el burdel.
El dueño había construido dos especies de galerones. En uno, una extensa pista de baile con la cantina a un lado.
Y el otro, enfrente, diez cuartitos de madera tamaño Infonavit habitado por diez trabajadoras sexuales.
En cada cuartito apenas el espacio para un catre y una silla y un lavabo rústico.
Una de ellas, era una chica de unos veinte años que parecía reina de belleza.
Le apodaban “La quinceañera”, porque siempre elegía a muchachos de quince años, aprox., para la intimidad y a quienes enseñaba las artes amatorias.
Varias generaciones fueron sus alumnos. Incluso, era tan generosa que con frecuencia ofrendaba gratis el servicio lento y reposado, sin prisas ni urgencias.
Y a veces, caray, viernes y sábado en la noche invitaba a bailar en el kiosco del pueblo tocando la danzonera de “El cabito”, un modesto y sencillo sastre y músico.

MIÉRCOLES
Desde la infancia sufrió el machismo

La señora M. fue la última de nueve hermanos. Los antecesores, ocho, todos hombres. Entonces, desde niña enfrentó el machismo.
El machismo del padre, los ocho hermanos, los tíos y primos y quienes, caray, se anotaban a dar órdenes y mandar.
Recibió así un curso intensivo de dignidad humana. Y de libertad.
Ella ganando el respeto familiar con hechos. Diez de promedio en la escuela primaria. Diez en la secundaria. Diez en el bachillerato. Excelencia en la universidad.
Y de paso, caray, hasta en los profesores despertaba admiración.
Unos le llamaban “La doña”. Otros, la María Felix de finales del siglo XX y principios del XXI.
El día cuando el novio y su pareja también quisieron mandarla, entonces, rompió con ellos.
Y aun cuando el padre le quiso imponer pareja fue, digamos, la primera expresión categórica de dignidad.
Casi casi a punto de romper con el padre, un hombre criado a la antigüita. Capataz de hacienda porfirista. Hacendado, pues. Sin hacienda, pero con la mentalidad traumática.
La vida pudo endurecerla. Pero la poesía la salvó. Desde la infancia descubrió en los libros de texto, primero, a Amado Nervo, y luego, a Gabriela Mistral.
Ellos irradiaron su vida y sus días y noches.

JUEVES
Una vida se está apagando…

La señora C. tiene 85 (ochenta y cinco) años de edad. Varias enfermedades se le han amontonado. Jala un botiquín con montón de medicinas.
Camina despacio. De pasito en pasitos como un bebé. Se apoya en un bastón. La mirada clavada en el piso como tanteando el terreno. La espalda encorvada. Los ojos sin brillo ni resplandor.
Los días idos. Nostálgicos ahora. Treinta años de burócrata federal. En su departamento de tres recámaras, dos, para alquilar a mujeres estudiantes. Únicamente estancia. Sin comida, porque cada amanecer salía corriendo aprisa y con prisa a la oficina para checar tarjeta en tiempo y forma.
Se retiró de la oficina a los 70 (setenta) años. Viuda. Sin hijos. Sin hermanos. Así caminó varios años sola viviendo en casa.
Cumplió la tarea social. Se esmeró en la eficiencia y la eficacia. Secretaria, terminó de jefa en una oficina. Y tal le permitió mejorar la pensión. Y por fortuna ha vivido sin emergencias económicas. Siempre, con la austeridad franciscana.
Ella sólo desea un verbo simple y sencillo en su lápida: “Vivió”. Incluso, precavida, ya la ordenó a un escultor.

VIERNES
Un general con Alzheimer

El joven M. dejó el pueblo y migró a la Ciudad de México. Allá terminó la primaria, secundaria, bachillerato y universidad. Estudió en Colegio Militar y poco a poquito ascendió a general.
Anduvo de general en varias entidades federativas. Jefe máximo de cuarteles. La familia, siempre a su lado de pueblo en pueblo.
Nunca en más de treinta, cuarenta, cincuenta años, viajó al pueblo. Ni siquiera en fin de año.
Llegó día de la jubilación. Luego, quiso vivir los últimos años en el pueblo y compró terrenito y construyó residencia.
Y de pronto, la vida se le vino encima. Enfermo de Alzheimer. Desconectado de los días y las noches y de la realidad.
A nadie identificaba. Ni siquiera, podía pronunciar una palabra. Menos, hilar una frase.
Era un bebé a quien la familia subía a silla de ruedas y lo sacaba a pasear al parque. Solo, claro, para mirar, pero sin entender nada ni saludar a nadie.
Fueron ocho años. Compañeros de la infancia iban a saludarlo. Y todos dejaban la casa casi casi llorando.
Una vida aniquilada. El día cuando murió llegaron unos soldados para la guardia de honor con la bandera nacional sobre el féretro.


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