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Escenarios
Martes 03 octubre, 2023

Ofender a los adversarios

**Lección de Trotsky y Lenin
**Apodos hirientes

UNO. Injuriar a los enemigos

La mitad del mundo político y la otra mitad aprendió de los bolcheviques (los bolcheviques rusos, Lenin, León Trotsky y José Stalin, etcétera) el arte de injuriar a los adversarios.
Un arte de injuriar ligado a la mofa, la burla, el pitorreo y el escarnio.

Luis Velázquez

Y, claro, en el mejor de los casos, con inteligencia incandescente y talento.
Sin duda, con una ironía fina y pulida y vuelta a pulir exhibiendo los defectos, incluso, con la exageración, de los opositores.

DOS. Apodos ilustres

Una de las formas burdas y ramplonas de la injuria está, por ejemplo, en adjudicar sobrenombres a los otros.
El caso del secretario General de Gobierno de Veracruz, Éric Cisneros Burgos, apodado “El Bola Ocho”.
Y con tanto ingenio “El dos del palacio”, ingenio afro, digamos, que el día del cumpleaños le llevaron un pastel que en la parte superior tenía la “Bola ocho” del billar.
En alusión a su apodo.
El apodo de “El carón” al diputado local, Juan Javier Gómez Cazarín.
Y el apodo del “Silla de ruedas”, “La andadera” y “El muletas” al secretario de Educación, Zenyazen Escobar.
“El primo incómodo”, el apodito al subsecretario de Finanzas y Planeación, Eleazar Guerrero, parientito del góber obradorista.

TRES. Chulos, chatos y chuecos…

Tiempo existió cuando los gobernadores integraron una cauda avasallante de apodos girando alrededor de la “Ch”.
“El chulo”, Marco Antonio Muñoz Turnbell, un galanazo.
“El chato”, Antonio M. Quirasco.
“El chueco”, Fernando López Arias.
“El charro”, Rafael Hernández Ochoa.
“El chocho”, Rafael Murillo Vidal.
“El chulo”, Fernando Gutiérrez Barrios.
“El Chucky”, Miguel Ángel Yunes Linares.

CUATRO. Un pueblo con montón de sobrenombres

Pero… en Alvarado la mitad de la población y la otra mitad suele tener apodos.
Vaya, la Casa de Cultura del pueblo elaboró un folleto donde describían a una persona y el apodo y las razones del sobrenombre.
El nombre con que cada uno fue bautizado, en el olvido.
De hecho y derecho, y a tono con el adagio popular, “por mi apodo me conoceréis”.
Más, en un pueblo de cara al Golfo de México donde los pescaditos traen carga incendiaria de fósforo bitacal para prender las neuronas.
El ingenio supremo para descubrir con certeza el apodo ideal de cada persona de acuerdo con su físico, forma de ser y actuar y hablar y reaccionar, virtudes y pecados.

CINCO. Apodos de reporteros a políticos

Vaya, hay columnistas especializados en endilgar apodos a los políticos.
Incluso, hasta suelen formar una especie de Cartel Mediático para repetir en sus textos y a cada rato los sobrenombres, digamos, como parte de culta reflexión social y política.
Así, tal cual, llegan a creerse los mejores reporteros del Golfo de México y hasta del Océano Pacífico, anexos y conexos ríos y lagunas.

SEIS. Gran cultura política

En el tiempo de Lenin, Trotsky y Stalin, opositores a los zares rusos (trescientos tres años de dictadura), se cambiaban de nombre y se ponían apodos para moverse de un lado a otro del país y pasar inadvertidos y hasta donde pudiera.
Años difíciles cuando el trío se la pasó luchando en la clandestinidad para crear y sembrar y multiplicar la semilla de la revolución.
Incluso, y como a cada rato se creaban otros nombres y apodos, solían pitorrearse de ellos mismo.
Además de que pocos, excepcionales, conocían sus cambios periódicos, digamos, como una medida de seguridad.
Y hasta se injuriaban con los apodos.
Muchos años después, la práctica se convirtió en cultura política.


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