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Miércoles 10 abril, 2019

El paraí­so perdido

Nada enaltece más a un gobernador que el respeto inspirado en la población. El respeto, por encima de todo. Lo peor, claro, es cuando cada ciudadano se pitorrea.
Luego enseguida, nada como la confianza social que el góber alienta con cada una de sus acciones.
Y enseguida, quizá, en un proceso social creciente, la admiración.

Luis Velázquez

Un teórico por ahí­ decí­a que la más alta virtud de un gobernante es inspirar miedo y temor y hasta terror en la población.
Quizá, digamos, cuando el poder se ejerce con autoritarismo y de manera arbitraria, pues llega un momento cuando para mantenerse en el poder solo restan el garrote y la macana.
Un dí­a, sin embargo, la población se subleva.
También existe la versión de que el gran modelo polí­tico es el del hombre fuerte.
Pero más allá de la posibilidad, nada mejor que un lí­der carismático para sacar a la población de sus males ancestrales como la pobreza, la miseria, la jodidez, el desempleo, el subempleo y los salarios de hambre.
Y, claro, la inseguridad y la impunidad.
Un gobernador con el respeto ciudadano y transmutado en un gran lí­der social recupera el paraí­so perdido y crea y recrea el cielo en la tierra.
En la vieja Grecia y Roma se exaltaba el objetivo superior de la polí­tica como era la búsqueda de la felicidad social.
“Una forma de vida más sana, serena y feliz”, cierto, un espejismo, pero al mismo tiempo, la búsqueda incesante.
En todo caso, una utopí­a, por ejemplo, en un Veracruz donde según los datos del Inegi y el Coneval 6 de los 8 millones de habitantes están ubicados entre la pobreza y la miseria.
Medio millón de habitantes solo hacen dos comidas al dí­a, y mal comidas, de tan jodidos que están.
Uno de cada tres jefes de familia lleva el itacate a casa con el ingresito derivado del changarro en la ví­a pública.
La migración incesante a Estados Unidos y a los campos agrí­colas (en realidad, campos de concentración) en el Valle de San Quintí­n, en la frontera norte.
Veracruz, el paraí­so perdido que fuera, sin un gobernador que inspire el respeto por su gran liderazgo social.

REPASO A EXGOBERNADORES

Miguel íngel Yunes Linares alimentaba el miedo y el terror a su persona. Bastaban sus ojos hipnóticos… para electrizar como una pesadilla al amanecer.
Pronto, antes de la mitad de su sexenio, Javier Duarte era odiado por una población llena de secuestrados, desaparecidos, asesinados y sepultados en fosas clandestinas y que se convirtiera en odio y coraje perpetuo cuando trascendiera su corrupción.
Fidel Herrera Beltrán fue respetado por su inteligencia incandescente, pero hacia el final del sexenio, la población siguió igual de jodida.
Miguel Alemán Velasco vivió siempre en un mundo color de rosa, lejos de la población, soñando con su presente y su futuro promisorio.
Patricio Chirinos Calero se la pasó el sexenio completo en Los Pinos asesorando al presidente Carlos Salinas, a tal grado que Porfirio Muñoz Ledo le apodaba “La ardilla”.
Dante Delgado Rannauro asombró a la población por su activismo social montado en el programa social salinista “Solidaridad” para construir servicios básicos sin paralelo.
Fernando Gutiérrez Barrios era respetado y admirado y fue una lástima que solo permaneciera dos años en el poder camino a las alturas donde fuera descarrilado por los asesores de Carlos Salinas, Joseph Córdoba Montoya y Patricio Chirinos.
Agustí­n Acosta Lagunes tení­a una inteligencia incandescente, pero “dejó hacer y dejó pasar” a “La Sonora Matancera” y el sexenio se jodió, y más, mucho más, el destino social.
Rafael Hernández Ochoa trascendió como un ranchero enamorado, quizá con el respeto ciudadano, pero sin llegar a la admiración social.
Rafael Murillo Vidal llegó demasiado tarde de su vida al trono y entró a la historia como un polí­tico dormilón.
Fernando López Arias llegó a Veracruz precedido por su fama como Procurador General de la República del presidente Adolfo López Mateos e inspiraba respeto y admiración.

“ANTES DE QUE EL GALLO CANTE…”

Nada tan importante en un gobernador, un presidente municipal, como su capacidad de persuasión emocional.
El discurso incendiario de Fernando López Arias. La estatura polí­tica de Fernando Gutiérrez Barrios. El activismo incansable de Dante Delgado. La lumbrera de Fidel Herrera. Incluso, la volcánica y trepidante temperatura polí­tica de Miguel íngel Yunes.
Tuvieron todo para empujar el despegue económico, social, educativo, de salud, de seguridad y de procuración de justicia y desarrollo humano, pero el mal karma, la pésima vibra, se atravesaron sin mayor trascendencia.
El mundo llegó a la luna y a punto está de vivir en Marte para siempre. Llegó la televisión y asombró el Internet.
Pero en materia social, seguimos viviendo en las cavernas como escribió John Carlin.
Lo peor, México, y por añadidura, Veracruz, se volvió el paí­s con más corrupción polí­tica en el continente y en uno de los primeros lugares del mundo.
La analogí­a social, no obstante, se cumplió: si una realidad universal son los patrones ricos con trabajadores jodidos, en la tierra jarocha, el paraí­so terrenal que asombrara a Alejandro de Humboldt y le cantara Agustí­n Lara, se volvió el santuario de la deshonestidad pública con la generación perdida en el palacio principal de gobierno de Xalapa.
Hoy se vive y padece en Veracruz la barbarie. Mejor dicho, el colmo de la barbarie con el asesinato de niños y mujeres, la mayorí­a, el 99 por ciento, en la impunidad atroz.
El fracaso imperdonable del Estado de Derecho.
Pero, bueno, tengamos fe. Y confianza. “El lí­der social” del palacio cacarea que pronto, “antes de que el gallo cante 3 veces”, “vendrán tiempos bonitos, muy bonitos, lo bonito de lo bonito”.


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