Crónica/Un reportero obsesionado con ganar "la exclusivita"/02 de enero de 2012
*Gabriel Manuel Fonseca cumple 107 días desaparecido en Acayucan
*Vivencias y experiencias de trabajador de la información en Veracruz
*Dos periódicos pelen entre sí y olvidan secuestro del joven periodista
Crónica
Un reportero obsesionado con ganar "la exclusivita"
*Gabriel Manuel Fonseca cumple 107 días desaparecido en Acayucan
*Vivencias y experiencias de trabajador de la información en Veracruz
*Dos periódicos pelen entre sí y olvidan secuestro del joven periodista
Luis Velázquez/En Misión Especial/Sexta parte/Crónica
02 de enero de 2012
ACAYUCAN, Veracruz.””De guardia en la fuente policiaca de 9 de la noche a dos, tres de la mañana, el reportero desaparecido aquí, hace 108 días, sin ninguna pista, sin ningún detenido, Gabriel Manuel Fonseca Hernández, de 20 años de edad, era (¿es?), un muchacho diligente y servicial.
En el transcurso de la noche, ”˜”™El jefecito”™”™ y/o ”˜”™El cuco”™”™, dos de sus apodos, ofrecía a los secretarios, a los agentes del Ministerio Público, a los jueces, a los policías, ir a comprar el cafecito, las tortas, los tacos, el pollito, para la cena.
Fue ganando espacio como reportero y llegó un momento cuando, de pronto, ante los compañeros, incorporó a su vocabulario un nuevo término, un nuevo concepto.
”˜”™La exclusivita”™”™.
Gabriel Manuel llamaba así de cariño en la jerga periodística lo que significa, en efecto, ganar una noticia exclusiva a la competencia, en la inteligencia de que una nota devengada en buena lid a los demás, por ningún concepto se pasa copia ni se presta, como tampoco nadie presta a su pareja, porque constituye un pecado mortal.
Fallido futbolista a quien el capitán del equipo dejaba en la banca ”˜”™porque era malo”™”™, estudió la primaria en la escuela Morelos y la telesecundaria en la colonia ”˜”™La lealtad”™”™. Su amigo, el agente del Ministerio Público, Marco Antonio Pérez Guzmán, lo apoyó con recursos para inscribirse en el bachillerato. Pero al año emigró de la prepa, porque deseaba seguir reporteando.
Su frenesí periodístico en la fuente policiaca llegaba a lo siguiente: en su lenguaje cotidiano utilizaba las claves de la policía para su convivencia con los colegas.
Si alguien le hablaba y preguntaba cómo estaba contestaba: 23, que en el lenguaje policiaco significa afirmativo, bien.
Si el saldo de la noche era negativo, decía 25 jefecito.
En vez de decir estamos pendientes, decía 5-5, en contacto.
Si él llamaba, apenas la otra voz contestaba en el celular, decía: 83, ¿qué novedad?
Si a él preguntaban el último recuento de la fuente policiaca, decía: más 5, sin novedad.
Su vida giraba alrededor del periodismo de la página roja: a las 3 de la madrugada se retiraba de la fuente policiaca a su casa y dormía hasta las 13, 14 horas.
Y de inmediato, celoso de su medio y de su trabajo y de su vocación, hablaba, primero, a los colegas para preguntar el estado de cosas al momento, y luego, a la fuente con las secretarias para checar los datos.
Si había una sorpresa, exclamaba:
”˜”™¡No mames, jefecito! ¡Ahorita voy a tomar la foto!”™”™.
Y de su casa en la colonia Morelos salía echando chispas.
Soñaba con acabarse el mundo.
Unos sicarios, trepados en una camioneta negra, se atravesaron en su camino el sábado 17 de septiembre, frente a la oficina policiaca.
Desde entonces, está desaparecido.
UN REPORTERO ATRíS DE LA PASIÓN
El cabello lacio y largo, los pelos parados, algunas veces los zapatos rotos, la playera vieja y zurcida, bonachón y acomedido, con unos puntitos negros en la nariz, escribía las notas de policía en la sala de redacción tecleando la computadora con la rapidez de una secretaria.
Y terminaba antes que todos.
Entonces, preguntaba a los compas y a los jefes si se les antojaba un cafecito y se los iba a comprar.
Luego, con el tiempo de aliado, se ponía a jugar con los niños, hijos de las secretarias y los reporteros, y se los llevaba al parque de enfrente a jugar a los encantados y a las escondidas y a comprar dulces.
Algunas noches salía de la redacción y se detenía dos, tres, cuatro horas en una banca del parque. La banca de los jubilados. Todos mayores de edad. Viejitos unos. Y ahí se quedaba a platicar con ellos, mezclando y entremezclando las vivencias y experiencias de los mayores con las del joven reportero que resumía los hechos policiacos del día y de la noche.
En ocasiones decía a su amiga, la reportera Teresa Ortiz, del Diario de Acayucan:
”˜”™Préstame para pagar la luz de mi casa y te pago en quincena”™”™.
A los amigos de la fuente policiaca ofrecía:
”˜”™Si Dios lo permite mañana pagan y les invitaré unos tacos”™”™.
Le gustaba andar en los velorios para acompañar a los deudos, cuenta su amigo, reportero de policía, Juan José Barragán, porque así lo había enseñado su padre, don Juan Fonseca.
Pero en el velorio, a la hora de la tamaliza con café negro, Gabriel Manuel siempre pedía un itacate para llevar a su mamá.
Un día, su jefe en el Diario de Acayucan, Virgilio Reyes, estaba irritado porque cerca la hora del cierre de la edición, Gabriel Manuel estaba sin reportarse. Alguien sabía de su escondite y fue a buscarlo en la cantina ”˜”™La habana”™”™, donde una dama lo traía enloquecido.
--El jefe está molesto y si no llevas las notas y las fotos te suspenderá unos días.
Y el joven reportero dejó a la dama con la que bailaba y salió despavorido a la sala de redacción.
Un fin de semana confesó a un colega que viajaría a Juan Covarrubias.
--¿A qué vas?
--Ando controlando una 7, dijo en clave policiaca, refiriéndose a una mujer casada.
--¿A qué vas si es casada?, reviró el colega.
--Yo voy.
Y fue atrás de la pasión.
”˜”™YO NO SÉ SI ESTí VIVO O MUERTO”™”™ EXCLAMA SU MADRE
Pareja de una secretaria de la fuente policiaca, ”˜”™El cuco”™”™ andaba bien arregladito y hasta se compró un perfume ”˜”™que olía bonito”™”™ confesaba a los íntimos.
Alguien por ahí le obsequió una mochila. Gabriel Manuel se la regló a su hermano menor.
Con un padre lustrador de zapatos que apenas y logra 5, 6 boleadas por día, su madre ama de casa, su hermano menor entró a la escuela y necesitaba unos libros. ”˜”™El cuco”™”™ dijo a un colega:
”˜”™Voy a cascarear para los útiles escolares de mi carnal”™”™.
Y por ahí anduvo pidiendo prestado y se los compró.
Si en quincena el sobrecito le llegaba ordeñado, el reportero se angustiaba y decía a los compañeros de trabajo:
”˜”™Â¿Cómo llegaré a casa sin dar dinero a mi mamá para comer?”™”™, y aplicaba el mejor esfuerzo para un préstamo.
Dice su madre, Candelaria Hernández Ramos, a quien llamaba ”˜”™Mi negrita”™”™:
”˜”™Yo no sé si está vivo o muerto”™”™.
Dice su padre, Juan Fonseca Aguirre, de 55 años:
”˜”™Gabrielito está desaparecido. Y ahora mi hijo menor, Ricardito, de 17 años, quiere meterse al ejército, de soldado”™”™.
Semanas anteriores, el ”˜”™Diario del Sur”™”™ publicó una entrevista con don Juan Fonseca, quejándose de que el periódico ”˜”™El mañanero”™”™, donde su hijo trabajaba, lo había olvidado.
Después, ”˜”™El mañanero”™”™ reviró precisando que nunca el padre de ”˜”™El cuco”™”™ había formulado declaraciones.
Y enfrascados en una pelea estelar y legendaria, ”˜”™El mañanero, propiedad del alcalde de Isla, Fernando Kuri Kuri, interpuso una demanda penal en contra del ”˜”™Diario del Sur”™”™.
Ahora, los dos rotativos viven confluctuados y se han olvidado, según parece, del reportero desaparecido.